Ese rincón de despedidas y reencuentros con uno mismo.
Hace tres años fue la más dolorosa, la que marca un antes y un después en el rincón de tu alma.
Pero que, con el paso del tiempo, sigue estando intacta en tu vida porque ese amor es tan inmenso que lo cubres de piel.
Entonces sientes que puedes seguir compartiendo, soñando su rostro, sintiendo su tacto, su voz, la fortaleza de sus manos sólo al rozarte.
Miras a través de sus increíbles ojos y te ves en ellos, reconociendo su rostro, con sus pronunciados pómulos y esa incomparable sonrisa que parece hablar sin cesar.
Con un desparpajo que la hace única siguiendo cada uno de sus movimientos, desde la cuna dónde me cantaba, hasta en su despedida dónde lo hice yo, con esa complicidad de madre e hija irrepetible.
Y hoy te lloro y te sigo soñando y te llamo.
Y no estás. Y estás.
Y tu voz suena a través de una alegre melodía de canción de cuna Mamá.
Te quiero tanto, te necesito tanto, que no sólo abrazo tu recuerdo, sino que me acompañas y entonces puedo sonreír a la vida, gracias mi dulce y bella Mamá.