De mi adorado pueblo…
Esencia infinita a campo, un valle pintado con los más bellos detalles y colores, trazos grabados en mi piel.
Esquinas que guardan risas y llantos de niñez, sabiduría de los más ancianos y voces de los ya adultos apoyados en el poyete de piedra debajo de la ventana.
Cocinas con olores caseros, los de siempre, que impregnan el ambiente con la calidez que regala la tierra fértil.
El sonido inconfundible de las campanas de la iglesia que llaman y te emocionan una y otra vez.
Y en su interior una pila bautismal intacta, impregnada de corazón, precedida por la Virgencita que abraza toda la estancia con su amor inmenso, donde mamá fue bautizada.
Caminas hacia los riachuelos, hacia las huertas, hacia el río con su agua fresca que empapa tu cara y te hace estremecer, durante ese momento en el que contemplas en lo alto las Peñas donde surgen los poemas del alma que papá escribió antes de irse para volver.
Vivencias reales e imborrables de familia que marcaron mi existencia, abuelos, tíos…corazón.
Y que hoy a pesar del tiempo y por desconocimiento de otros, de tantos, se vuelven fantasmales, sin contar con que sus raíces permanecerán de por vida y nadie te las puede arrebatar porque forman parte de uno mismo, de mí para siempre.
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