Bajando las escaleras, mi tía Casilda me espera.
Maestra de formación, teje el punto a la perfección. Con un francés impecable.
Su rosario por la tarde, de voluntad y de amor.
La ordenaba sus cajones, mientras tejía el jersey pensando en el sobrino al que tocaba esta vez.
Conociendo el mundo a través de sus innumerables viajes y juntas, lo revivíamos después.
Aroma de libros, tierra y cielo, sabiduría de ayer.
Jugábamos a las cartas con la vecina también, alrededor del brasero que calentaba los pies.
Enseñanzas del pasado, revividas en mi piel.
Y nos reunía a todos con su perfume de talco con los sabores de ayer.
Canciones de pueblo y risas que presentes hoy están.
Un delicioso aroma que sabe aún a miel con paz.
Nos miramos a los ojos y después el corazón latía con tanta fuerza como si fuese un tambor.
Recuerdos que son tan vivos, como aquel atardecer, dónde mi tía Casilda me abraza y me dice ven.